Tengo que confesar que, desde hace algunos años, me gusta vestir de negro, aunque no en todo momento, pero, cada vez que lo hago, confieso también, que recibo algunos comentarios de personas cercanas, también, algunas preguntas sobre si estoy en duelo, comentarios buenos, pero más allá de ello, que alimenta el ego, quiero mencionar, cómo en algunos momentos y circunstancias de la vida, decidimos vestir nuestra alma de luto, de duelo, de tristeza y oscuridad. Caminamos en la vida cabizbajos, sin esperanza de vida, sin ánimos de continuar, sencillamente vestimos la vida de duelo.
Cuenta uno de los Evangelios, Lucas, que un día, había una mujer, conocida como la viuda de Naín, Jesús estando en la puerta de aquella ciudad se encuentra con una caravana, era de todo el pueblo, que acompañaban a esta mujer, iban a enterrar el hijo de esta madre viuda que había muerto. Jesús al verla, se compadeció y le dijo: “no llores”, y se acercó al féretro y tocándolo, dijo: “a ti te digo, levántate”. Enseguida el muerto se sentó y comenzó a hablar y tomándolo se lo entregó a su madre (cf. Lucas 7,11-17). Es hermoso este texto, una historia que va mucho más allá, de lo que se menciona. Así puedo mencionar que aquella caravana somos tú y yo, que andamos con dolor, sin esperanza, cansados, con la cabeza baja, caminando con la muerte en el corazón y la vida, curioso, andando como muertos en vida. También, puedes ser aquella mujer, que por muchas circunstancias de la vida, te han rechazado por tu condición, por tu pensar, por tu economía, por tu forma de vestir, tu apariencia, por tu amor y cariño, no sé, y caminas con la muerte en tu vida, cargando duelo y oscuridad, y lloras lamentándote por aquello que pierdes cada día, por eso que ya no puede ser, por esa persona que partió a la presencia de Dios, sientes que ya no puedes seguir el camino, porque no hay horizontes, no hay nadie quién pueda consolarte, te alejas y caminas al borde de la muerte. O sencillamente, también, puedes ser aquel joven sin vida, muerto, sin luz, en la oscuridad, recostado en tu lecho sin esperanza alguna para existir, sin sentir lo que pasa a tu alrededor, estático en la vida, en el caos. Pero, ahí estaba, puedo imaginarlo, en aquella puerta, viendo la multitud en el silencio de la muerte, el lamento desgarrador de aquella madre viuda, que irrumpía el silencio de la multitud, mirando el cuerpo sin vida de aquel joven. Sí, estaba él, Jesús, con sus discípulos, la caravana de la vida, también, puedo imaginar aquellos hombres entrando a la ciudad con alegría de la mano de Jesús, parando y aterrados por lo que estaba pasando, enfrentado cara a cara el rostro de la muerte. Pero, viene Jesús a dar vida, felicidad, porque es capaz de vencer la muerte con su vida, es capaz de devolver lo que se ha perdido, es capaz de levantarnos del fango de la muerte donde estamos.
Mientras caminas por la existencia sin vida, en duelo y oscuridad, te espera Jesús, aquel que viene a traer la vida, una vida en abundancia, aquella que el mundo te quito, que te dejo sin ella, aquella vida donde das los últimos suspiros sintiendo la muerte y viéndola cara a cara, él está siempre, para darte vida, y te dice: “a ti te digo levántate”, levanta la cabeza porque hay salvación en el amor y la vida que es Cristo, deja tus vestiduras de luto y vístete de alegría porque el Señor llega para salvarte, salta de gozo en el Señor y regocíjate porque la esperanza llega, Dios ve tu aflicción y te consuela, te sana, te levanta, te devuelve la vida, te la luz en la oscuridad, “él te ha salvado de la muerte, ha preservado tus pies de la caída” (cf. Salmo 114).