Cuenta el libro del Éxodo en la Biblia que cuando el pueblo de Israel salió de Egipto y atravesaron el Mar Rojo, vivían peregrinos en el desierto. ¿Puedes imaginar el recorrido que tuvieron que hacer durante 40 años allí? Se dice que el pueblo estaba un poco cansado y empezaron a murmurar contra Moisés diciendo que era mejor que no hubiesen salido de Egipto, que por los menos allá tenían algo que comer, tenían cebollas, y ahora pasaban hambre, que más valdría que el Señor los hubiera dejado morir allí; pero Dios hizo llover sobre ellos maná, en las mañanas y en el atardecer codornices, ello para que pudieran comer y quedaban saciados (cf. Éxodo 16,2-15). Es una maravillosa muestra de la providencia de Dios y cómo escucha siempre el clamor de su pueblo, y a pesar de sus rebeldías le da lo mejor en bendición. Pero quiero llevarte con este texto a algo importante, mostrarte la perspectiva de aquel pueblo que viendo los prodigios de Dios y teniendo su bendición y recibiéndola cada día, siente es su ser el deseo de una vida anterior que ya no está, es como si se conformara con las migajas de un pasado y sin esperanza y confianza de un mejor porvenir.
Esta realidad nos pasa a muchos de nosotros que deseamos o anhelamos la bendición sin Dios, queremos mejorar nuestra vida, pero nos quedamos con mentalidad de esclavos, tal como le pasaba al pueblo, preferían hasta morir así, y no buscar nuevas alternativas de vida, sencillamente no dejamos que las obras hablen y que Dios se revele por medio de sus obras. Debemos recuperar la memoria que tenemos sobre las acciones de Dios, para conocerle y buscarle y una vez encontrado quedarnos con él. Este fue uno de los problemas del pueblo, habían escuchado sobre Dios y vieron sus obras maravillosas y grandes, pero nunca abrieron su corazón, nunca lo aceptaron como Dios de su vida, por el contrario, prefirieron hacer en medio del desierto un becerro de oro, un ídolo al cual adorar.
Muchos de nosotros, hemos escuchado sobre Dios, hemos conocido sus grandes obras y sus grandes milagros que realiza, aun en nuestra propia vida, hasta cuando renegamos de su presencia y reclamamos su obra y revelación en el mundo, él nos sigue mostrando su poder y su amor, pues sigue enviando bendiciones desde el cielo. Aquí es donde tenemos la referencia de Dios como aquel Dios de una historia distante y distinta a la de cada uno, tal vez creas en Dios, pero no eres capaz de creer en sus promesas, crees que no puede hacer parte de tu historia, y es puesto de lado de tus realidades. Esta es la falta de Dios en nuestra sociedad de hoy, muchos han escuchado sobre Dios, pero tal vez, nunca se han detenido a escuchar su voz, por eso es que la experiencia con Dios no es de tradición o religión, ni mucho menos cultura o una historia más de un pueblo y de personas del pasado; por el contrario, la experiencia con Dios ha de ser personal e íntima, se deja encontrar por nosotros, nos deja experimentar su presencia, aquí es donde somos cristianos no por tradición sino por convicción, porque le hago parte de mi vida, como aquel Dios cercano que acompaña y dirige cada uno de mis pasos.
No puedes quedarte con el Dios histórico, tienes que abrir tu corazón a su accionar en tu propia vida, que te alimente con su providencia y bendiciones que cada día bajan del cielo, recibe el pan del cielo o el maná que son las bendiciones diarias y cotidianas, pero también, las codornices, que son aquellos sueños realizados de la mano de Dios, pero recuerda, no es un Dios de tradición, es el Dios al que le creo y espero por convicción y amor.
Creo que esto pasa por la falta de educación religiosa, en los hogares y colegios. Sin importar la libertad de cultos. Las diferencias no son por Dios. Es uno solo. Pocas las diferencias