María, una mujer que acoge la palabra

“No estoy aquí, yo que soy tu madre”, fueron las palabras de la Virgen María a San Juan Diego, un hombre que desde la sencillez pudo conocer el amor de Dios, saber que le acompañaba por medio de la Madre, la virgen María. Estas palabras son repetidas constantemente a nuestro corazón, no sé si ores o creas en la Virgen María, pero te puedo asegurar que fue una mujer a quien Dios eligió para ser la madre del Salvador, una mujer que le supo decir si, las promesas de Dios, su si generoso, nos lleva a honrarla como lo hace Isabel en el evangelio de Lucas: “bendita tu entre las mujeres, bendito el fruto de tu vientre”. Es una mujer que responde al amor de la sencillez y la confianza, desde un corazón generoso.

María, madre de Dios, es decir, de Jesús, nos enseña a llevarlo dentro de nosotros y entregarlo al mundo, a guardar su palabra en el corazón, a abrazar y perdonar, a confiar en Dios en medio de la prueba y la dificultad, aceptar su voluntad y creer es sus promesas, pues quien confía en él no queda defraudado.

María nos enseña a responder al amor de Dios desde el corazón confiado, desde el corazón que se rinde ante la majestad y la voluntad de Dios, un corazón que cree, porque aun sin entender, espera y se abandona. Lastimosamente, en muchas circunstancias y ocasiones, perdimos explicaciones hasta el propio Dios, decimos con orgullo: “hágase tu voluntad”, pero no somos capaz de cumplirla, empezar a murmurar y renegar, porque no incomoda la prueba, la tensión, la enfermedad, frente al primer inconveniente que se tiene, reclamamos, tal como lo hizo un día el pueblo de Israel en el desierto, que vieron todos los prodigios de Dios, pero ante la prueba y purificación en el desierto, murmuraron y le abandonaron. María, nos enseña a escuchar a Dios, acoger su palabra, a responder en generosidad, rendirnos a la voluntad, a amar sin medida y a confiar, aun en el momento de la prueba y el dolor.

María está ahora en el corazón de cada creyente, en la vida de aquel que acoge a su Hijo Jesús, entre aquellos que esperan en las promesas de Dios, en todos los que sufren, pues los toma en sus brazos y los consuela, enseña el camino a su hijo, María es madre de Dios y madre nuestra.

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