Privados del amor

“Privados de la Gloria de Dios” (Romanos 3,23) son las palabras del Apóstol Pablo, porque cada día con el pecado y con nuestras obras, vamos construyendo un muro que nos separa del amor y de la luz de Dios, ello, porque estamos atados y seducidos por el pecado, o tan solo porque no esperamos ni mucho menos creemos en Dios, tal vez piensas que estás oprimido y manipulado por Dios y su Iglesia y no por el pecado y tu propia soberbia. Pero, tenemos que abrir los ojos a la luz de la vida, porque caminamos la oscuridad de nuestra propia seguridad y deseos, en la oscuridad del pecado.

Hoy Jesús se acerca y te pregunta como aquel ciego que al borde del camino gritaba su nombre: ¿Qué quieres que haga por ti? Porque tenemos necesidades, porque andamos gritando por el mundo, reclamando luz, justicia, afecto, amor, felicidad y compasión. Gritamos constantemente un milagro para nuestra vida: ver. Por eso, Jesús viene a preguntar, ¿qué quieres que haga? Algunos queremos la fama y el dinero, otros, salud y mucha vida, tesoros y reconocimientos, títulos, no sé que será eso que hoy grita tu corazón, pero grita al borde del camino. Esta es la oportunidad para llamar a Jesús a tu vida, gritar su nombre, porque el puede darte aquello que necesitas, amor, comprensión, justicia y felicidad, Jesús puede devolver la vista a tu ceguera.

Lastimosamente, en momentos, no podemos reconocer nuestra ceguera, porque vivimos de nuestras propias seguridades, seguridades que se pierden en las tormentas o dificultades de la vida. Pero ¿acaso nos pasará como dice el Salmo 76? “¿Es que el Señor nos rechaza para siempre y no volverá a favorecernos? ¿se ha agota ya su misericordia, se ha terminado para siempre su promesa? ¿Es que Dios se ha olvidado de su bondad, o la cólera cierra sus entrañas?” y la respuesta la da el mismo Salmo, “¿Qué Dios es grande como nuestro Dios?”, porque su misericordia no termina por nuestro pecado, siempre permanece, su amor dura por siempre a pesar de nuestras infidelidades. Tenemos un Dios grande en bondad, que acoge al pecador, que lo toma y lo redime, a pesar de que el hombre mismo busque otros dioses y tenga su confianza en ellos, Dios siempre se acuerda de su promesa, una promesa que dura por todas las edades, una promesar de bendición.

Este es el día en que puedes decir como el salmista: “misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión, borra mi culpa”, que te acerques humilde ante el Señor que te espera, ante el Dios de vida, que viene a visitar tu corazón. “Su amor es más que la vida”.

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